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LA LUZ NO USADA

JOSÉ MARÍA MUÑOZ QUIRÓS

La luz busca, en su propia dimensión de forma sin forma, descubrir el dibujo donde se asume su identidad plástica, el ingrávido equilibrio que crece en el margen de su existir cuando se torna color en la profundidad escondida de su existencia. La luz se asoma a los precipicios de la lucidez, al lenguaje surgido de la descomposición sistemática del vértigo donde la plenitud desemboca en la esencia oculta de las cosas. Y así vamos acercándonos a esa presencia libre y desconocida, a esa ilimitable búsqueda de los caprichos de la materia acrecentada en libertad y en expansión de vuelo. Aflora entonces el misterio, la única posible salida de la densidad frágil de la mudanza de lo irreconocible con los ojos, y que precisa ser mirado con la firmeza del alma, la certidumbre de un mundo reinventado en los límites, cuando la luz se desnuda ausente de los conceptos lógicos del mundo. En el margen de la luz se advierte el inicio de la claridad, la aventura de la plenitud, el destello mítico de la hondura del color.

No sabemos cómo son las cosas hasta que se disuelven con la belleza surgida en el origen de la conciencia del universo, hasta que no las recibimos en nuestro cosmos particular, en la revelación del acontecer simétrico de sus líneas sumergidas en la niebla. La líquida música de sus sílabas se nos regala en la presunción inocente de sus formas, en la fragilidad de su advenimiento renovado y rotundo. La luz no puede ser más determinante cuando se desnuda en la marginalidad, en la asimilación de sus signos.

La fotografía sufre una metamorfosis reconocible, una existencia peculiar que no pertenece ya a ninguna vivencia, y como el pájaro solitario, esa fragilidad sabe volar a lo más alto, donde se indetermina con el color, donde se fusiona con la magia de sus alas abiertas a todos los posibles gestos del conocimiento. Nos acerca al abismo que sólo provoca belleza quien se moja en el chorro caliente de sus aguas de fuego. Termina el alba en luz. Infinita la fuerza, causa desde la nada que imprime una forma en los ojos. Se reconoce el envés de la existencia en la otra ladera donde podemos leer el libro sagrado de lo invisible.

Quien se esconde en el margen de la luz podrá acercarse sin miedo hasta su centro, podrá visitar las encrucijadas de los paisajes de su propio mirar, habitando lo perdido, recuperando la memoria que, en otra mirada ya escondida, persiguió la inocencia de una luz no usada.