LA MIRADA VERTICAL
RICARDO DESOLA
Algunos pensadores y teóricos del arte han afirmado que el surgimiento de la fotografía obligó a la pintura a evolucionar y a buscar nuevas formas de expresión, más allá de la simple reproducción de
la realidad. Y aunque la fotografía también ha perseguido, a lo largo del siglo XX, sus propias claves y señas de identidad, constituyéndose en un arte independiente e incluso representativo de la época que nos toca vivir, en la obra de Miguel Ángel García las fronteras entre fotografía y pintura se diluyen por completo, abriendo nuevos universos plásticos y provocando en el espectador una inevitable y oportuna reflexión sobre el camino que recorre el arte contemporáneo.
La mirada vertical está formada por un conjunto de imágenes que, a su vez, pertenecen a una serie más amplia titulada Pintando la luz. Ninguno de los dos títulos es gratuito. En esta serie, el artista pretende que la cámara, lejos de limitarse a ser una
simple máquina de atrapar instantes, se convierta en una verdadera herramienta creativa, en un lápiz o en un pincel capaz de jugar con los colores y con el tiempo, capaz de trazar líneas, de entrecruzarlas, de llenar superficies y bucear en abismos cromáticos.
La cámara pinta, literalmente, lienzos de
luz, descubre arquitecturas y sugiere paisajes urbanos donde la altura de los edificios nos invita a esa mirada vertical a
la que alude el título de
la exposición.
La ciudad es, sin duda, parte esencial de la obra, y por eso las imágenes se recrean en los elementos arquitectónicos, muestran rascacielos en cuyas fachadas se reflejan otros rascacielos, descienden hasta el detalle concreto, juegan con los materiales –aluminio, cristal--- hasta tal punto que en algunos momentos la textura misma se convierte en protagonista (como ocurre en De metal). El paisaje urbano es explícito en algunos casos (por ejemplo en In the heat of the night o en Ruido), otras veces los objetos pierden sus contornos y sus colores se mezclan en caprichosas combinaciones. Hallamos aquí referencias a la abstracción (Deep
Green) y a la estructuración cubista (Geometrías I y II).
Pero bajo esa ciudad omnipresente se adivina la mirada del artista, que trasciende las formas geométricas y persigue una poética de los objetos y las
estancias. Objetos y estancias que cobran vida propia y hablan por sí mismos, transmitiéndonos sus contradicciones y sus contrastes: elementos estáticos que de repente se muestran trémulos y desenfocados, como si quisieran expandirse o mutar hasta alcanzar un nuevo estado, o que
se difuminan hasta perder su identidad y resurgir convertidos en "trazos" o "huellas de luz". La conciencia de una realidad cambiante, vibrante, continuamente en tránsito, queda reflejada en cada una de las imágenes; lo inanimado cobra movimiento y con ello se humaniza, descubriendo un entorno que, a pesar de su apariencia inerte y aséptica, alberga en su interior el frenético latido de la vida.
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